El acto de escribir un poema es muy parecido al de tener un hijo. Empieza con un irrefrenable deseo de expansión, de gozo infinito, de necesidad vital y milagrosa que te lleva a expandirte, sangre adentro, a través de cataratas inmensas donde la vida rebosa de futuro y esperanza. Luego viene la época de gestación, tranquila, a veces dolorosa, a veces símbolo de temor y, otras, entrando en contacto con el mundo invisible donde ya ponemos cara, sílabas y acentos, a futuro fruto de nuestra propia creación, de nuestro propio amor.
Durante los nueve meses que dura el embarazo te sientes especialmente sensible, cercana y abierta a experimentar una serie de sentimientos y emociones que, hasta entonces, eran desconocidos para ti. Es como si todo tu cuerpo fuera un recipiente generoso donde el amor se desborda en oleadas de vida infinita.
Hace tiempo que andamos publicando poemas para los niños. Versos divertidos, sencillos, llenos de magia y simpatía que les hacen tomar contacto, además de con el mundo literario, con el ritmo y la musicalidad que les acompaña. Pero son muchas las poetisas o narradoras que han hecho de su gestación todo un mundo de emociones para compartir.