Reivindica tu papel como modelo alimentario de los hijos, ¿te atreves?
El hecho de que un niño se niegue a probar un alimento nuevo no lo convierte en mal comedor, o en un caprichoso (lo sería si te exigiera golosinas en lugar del plato de lentejas, y tu se las dieras). Que lo hayas intentado 3 veces sin éxito no significa que tu hijo te toma el pelo. La neofobia alimentaria (o paradoja del omnívoro) es frecuente en población infantil. Según leemos en Muy Interesante, parece tener poca incidencia en los bebés que pasan de la teta al plato saltándose purés o papillas; y desaparece con la edad.
Me quedo con esto último, y además no entiendo porque que nos empeñamos en que a una corta edad los peques hayan probado toda la variedad de alimentos habidos y por haber, cuando lo que cuenta es el equilibrio nutricional. Es decir, que alguien con más nociones de nutrición que yo, me explique la importancia que tiene el hecho de que al niño en cuestión le gusten los melocotones pero no el kiwi (¿no quedamos en que todas las frutas aportan vitaminas y fibra?).
Parece ser que nuestros hijos aprecian más el sabor de los alimentos que nuestras indicaciones sobre ‘lo fuertes que tendrás los huesos si tomas calcio, y ¿sabes? el queso tiene calcio’. Pero para que lleguen a apreciar los sabores les tendremos que ofrecer: sin prisa pero sin pausa. Mi teoría acerca de ‘por qué mis hijos comen de todo’ es que mis objetivos siempre han sido a largo plazo; explicado de otra manera: si a una edad (pongamos los 3) les ofrecía un higo, o un bocadillo de jamón, o un pincho de tortilla, o zanahoria rallada, y no lo aceptaban, no me iba corriendo al pediatra con mirada suplicante, tampoco me ponía el plazo de una semana. Simplemente lo dejaba estar para otra ocasión. Pero mientras tanto no sustituía alimentos de verdad por bollos, helados o snacks salados; en cambio si que tenía siempre presente que necesitamos proteínas, hidratos de carbono, vitaminas, fibras, minerales…
Es verdad que tampoco he sido de adoptar comportamientos erróneos de los padres en la alimentación, como los que señala el pediatra Británico Ronald Illingworth:
- Distraerles con televisión o música.
- Adoptar una estrategia basada en premios o castigos (¿cómo se va a premiar un comportamiento que como objetivo tiene la supervivencia?, es de lo más absurdo).
- Ejercer el chantaje (el helado a cambio de tragarse un plato de ensaladilla que no te cabe ni a ti en el estómago).
- Forzarlo introduciendo físicamente comida en su boca.
- Permitirle picar entre horas alimentos llenos de calorías vacías.
En cambio, una de las respuestas enunciadas por Illingworth, o una adaptación de ella, si que me ha funcionado: ‘ok, no te gusta, ¿que te prepare otra cosa?, eso no lo voy a hacer cariño, ¿que si puedes tomar pan en lugar de pollo con verduras?, claro que sí’ A lo que debo añadir: las alternativas siempre eran reducidas: nada de dulces, chocolate, patatas fritas, … alimentos que cuando tengo, no están accesibles; y por otra parte, las ocasiones en las que han cambiado el menú a voluntad han sido contadas, y no ha supuesto un ‘dejar de comer el pollo con verduras por siempre jamás’.
Modelado familiar
El pediatra jubilado J. Bras Marquillas, nos cuenta en Pediatría Integral (de la SEPEAP), que los niños aprenden por imitación, tanteo y repetición, y que el modelo alimentario de los padres se reproduce en los hijos. Somos modelo porque escogemos, compramos, cocinamos y preparamos (a lo que yo añadiría que ayuda dejar que los peques se impliquen en estas tareas). Somos modelos también cuándo nos lavamos las manos o nos sentamos a su lado. El segundo modelo alimentario es el entorno escolar, para los niños que se quedan al comedor escolar.
También descubrimos leyéndole que suelen rechazar más las verduras que los alimentos energéticos (pasta, arroz, pan…), y que también prefieren la leche
Y yo creo que el modelado y la guía de los padres es súper importante, porque de alguna forma tenemos que protegerles de los excesos de la industria alimentaria (publicidad incluida). Creo que hemos perdido referencias porque preferimos guiarnos por ese mensaje tan atractivo que nos engancha, antes que por nuestra propia experiencia como hijos, y por el sentido común. Todo ello nos genera inseguridad, pero a la vez se observa cierto desinterés por la educación alimentaria.
Fotos | Flickr-ali edwards, Flickr-Cal Sr
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