No es malo, es un niño
Nadie puede pensar que un niño de dos años, por ejemplo, se ajuste al calificativo de ‘malo’ aunque su madre intente encontrarle uno que lo describa mientras le vacía los cajones, abre los armarios o llena la casa de juguetes, lanzándolo como confeti. Los niños, a esa edad, son así: despreocupados, sin miedo al peligro, tercos, pesados… pero siempre con buena intención.
Debemos tener en cuenta que, en ese periodo especialmente, nuestro pequeño está abriendo nuevos camino en su mundo que, antes, no tenía. Posee una vitalidad excitante que lo lleva a inmiscuirse en todos los rincones y esa actividad extra choca con nuestro deseo adulto de tener orden y tranquilidad en nuestra vida. Por eso, para que su ‘alegre vitalidad’ no se convierta en nuestro ‘particular infierno’, lo mejor es buscar un entendimiento en él y en nosotros mismos.
A veces suele pasar que con sus rabietas, su mal comportamiento o sus gritos, nos está manifestando algún desorden en su interior. ¿Necesita más atención, tiene frío, tiene hambre, está cansado?… Otras veces sucede que, su comportamiento, lo magnificamos y lo hacemos aún más terrible de lo que parece, entonces la pregunta será para nosotros: ¿Estamos cansados, necesitamos afecto, hemos perdido parte de nuestro espacio vital?…
Debemos ser muy cautos con las palabras que utilizamos. Es muy fácil caer en el tópico de etiquetar a nuestros pequeños: ‘es muy malo’ o de compararlos: ‘tu hermano mayor si es bueno y no tú’… A esta edad lo más fácil es que se lo crea y, entonces, se comporte como tal. Hay que pensar que, en este periodo de su vida, carecen de intención al hacer sus travesuras, por eso, lejos de atribuírsela, vamos a explicarle sus actos pacientemente. ‘Pegar no te va a llevar a conseguir lo que quieres’, por ejemplo. Debes mantener una actitud firme, aunque cariñosa y hacerle entender que comprendemos sus necesidades vitales pero que hay cosas que, en casa, fuera de ella o a los amigos, que no se deben hacer.
Vía | Ser Padres