Un niño feliz (III)
Para relacionarse en forma sana con alguien, es imprescindible que sintamos que podemos acercarnos a él/ella sin temor a ser devorados o pulverizados. La confianza en la propia identidad y en la decisión de compartir nuestra vida con otros se forja en la niñez temprana.
Ellos saldrán a realizar sus aventuras de reconocimiento del exterior, despreocupados (por tener profunda certeza) acerca de estar controlando si estaremos esperándolos, porque les hemos dado innumerables muestras de que así será y de que escucharemos con alegría lo que tengan para contarnos.
Como padres, es necesario que establezcamos límites que cuiden la salud mental y física de los chicos. Hay pautas que no son negociables; los dedos no se meten en el enchufe, la hora de dormir no debería ser mínima, vital y móvil; la verdura no es sólo para los conejos, los canarios y las vacas; los juguetes se guardan después de disfrutarlos; el baño diario estimula y sienta bien, para dar algunos ejemplos cotidianos. Dejar establecidas las fronteras hasta las cuales los chicos pueden llegar sin lastimarse y no lastimar a los otros, provoca seguramente resistencias, pero el barco de la familia está timoneado por los padres, que tienen más experiencia en los mares de la vida.
No obstante, hay múltiples aspectos de la convivencia familiar que puede ser consensuados, sin perder de vista que la última palabra nos corresponderá a los padres, y que eso no implicará un merma en el respeto mutuo. El aprendizaje del arte de la negociación nos enriquecerá a todos, con un capital exento de impuestos al pensamiento libre y la decisión ecuánime. No se trata de ceder por cansancio o desidia, sino de escuchar cuestionamientos, elaborar propuestas y construir una convivencia armónica y sana.
Para brindarles a nuestros hijos las herramientas para que construyan una vida dichosa, nos demandará tiempo. Hablamos del transcurrir de los minutos sin la prisa de la productividad, sin la intrusión del celular ni la presencia de la televisión. Nos referimos a la construcción de la comunicación, al juego compartido, a las salidas a la plaza, a la lectura de cuentos, a la escucha de las actividades escolares y de las aflicciones cotidianas, a enseñarles algunas de las tareas domesticas, a soportar y elaborar el aburrimiento. Si estamos realmente comprometidos en la crianza de chicos felices, nuestra labor está como la de orfebres concentrados en lograr bellas filigranas sobre un metal precioso y noble, aún sin pulir. ¿Existe algo más lindo que preparar a nuestros hijos para disfrutar y defender la felicidad?
Fuente | Saber Vivir
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