Un niño feliz (I)
En la medida que los padres estemos seguros de poder darles alimento, vivienda, atención médica y educación a nuestros hijos, nuestra mente intentará ir más allá, hacia el intangible terrenos de lo afectivo y de las emociones.
La mayoría de los seres humanos vivimos en un entorno que se basa en ideas que son, en gran parte, engañosas. Una de estas ideas es que el placer es un bien que es necesario para conseguir a toda costa, y que, además, existe sin tener una contracara más realista (y menos mágica). Otra idea falsa es la de que la felicidad consiste en acumular cosas, en poseer lo último en materia tecnológica, moda o lo que más les guste, en algo así como vivir pendiente de la necesidad del consumo.
Casi sin darnos cuenta, cuando nos convertimos en padres, algunas de estas convicciones tambalean. Nuestro hijo es un ser que no está contaminado, todavía, por estas compulsiones que nos mueven a los adultos. Con un poco de suerte, comenzamos a preguntarnos qué cosa necesitan nuestros niños para ser felices.
Un aspecto importante para tener en cuenta es el de que los chicos absorben las emociones, las palabras y los ejemplos de su familia nuclear como si fueran esponjas. Como adultos responsables, seria deseable que pudiéramos evitar disfrazar los sentimientos. Las palabras que pronunciamos cuando hablamos con ellos tendrán una gran fuerza y dejarán, lo queramos o no, huellas en su psiquismo.
Trataremos de evitar los epítetos que lastimen, las burlas acerca de las dificultades o carencias que puedan tener, la desautorizaron respecto de sus razonamientos. No los victimicemos porque son niños y no perdamos de vista que el bumerán de la falta de respeto hacia el débil siempre vuelve.
Mal que nos pese, ser padres nos ha convertido en espejos en los cuales nuestros hijos se mirarán. De nada valdrá intentar mentirles con las palabras, si nuestras actitudes muestran otra realidad. Los chicos no nacen sabiendo juzgar, sus mentes y sus espíritus son materias sensibles y maleables, su necesidad de amor caree de segundas intenciones.
Fuente | Saber Vivir
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