La imaginación es esencial para el desarrollo de la inteligencia

La imaginación es esencial para el desarrollo de la inteligencia

Escrito por: Belén    30 noviembre 2009     2 minutos

De vez en cuando Eduardo Punset dedica el programa Redes a los bebés. Ese fue el caso de ayer, en el que entrevistó a Alison Gopnik, autora entre otros del libro «The Phylosophical baby: What children minds tell us about truth, love and the meaning of life» (El bebé filosofal: Lo que nos cuenta la mente de los niños sobre la verdad, el amor y el significado de la vida). Las teorías de esta profesora de psicología y psiquiatría en la Universidad de Berkeley en California, son francamente interesantes y esclarecedoras.

La entrevista da un repaso a las cuestiones más importantes del libro. Comienzan hablando de la inmadurez de la cría humana comparada con las de otras especies. Según Gopnik cuanto más tiempo tarda una cría en aprender, en ser autosuficiente, mayor será el desarrollo de su cerebro y su inteligencia.

Comentan lo importante que es la imaginación en el desarrollo de los bebés. Los niños entre los 18 meses y los 5 años, pasan 12 horas o más durmiendo y soñando y de las que permanecen despiertos, la mayoría están jugando en un mundo imaginario. Es un medio para conocer el mundo y sus reglas y además les permite comparar entre la realidad y lo que les gustaría, porque sí distinguen entre realidad e imaginación.

Uno de los temas más interesantes desde mi punto de vista es como entienden los bebés el amor. Con un año ya comprenden que es ese sentimiento. Algunos bebés a esa edad saben que si lloran sus padres le atenderán inmediatamente, mientras que otros saben que si lloran sus padres dejarán de hacerles caso o se irán. En ese momento están aprendiendo a controlar sus emociones. Sus relaciones en la vida adulta se guiarán por este primer conocimiento del amor y se comportarán como han aprendido.

Si pensaramos lo que va a influir en nuestros hijos aplicar métodos como el Estivill o las teorías de Rosa Jové y Carlos González quizá nos fiaríamos más de nuestro propio instinto y sentido común.

Vía | Redes para la Ciencia