Harta de rabietas
Lo he contado varias veces, mis hijos tienen mucho carácter, tienen muy claro lo que quieren y luchan con todas sus fuerzas por conseguirlo. La mayor ya es capaz de expresar sus deseos, emociones y frustraciones con palabras y con gestos más contenidos, pero ha sido de esos niños a los que se conoce por sus rabietas. El peque, bastante más tranquilo pero igualmente tenaz, está en la época de apogeo de las pataletas.
Nos pilla curados de espanto, ya sabemos por experiencia que esto es algo frecuente que tiene que ver con el desarrollo del niño y no con lo buenos o malos padres que seamos. Aunque ahora pueda ser hasta una enfermedad mental. Sabemos que pasará, que el camino se hace largo pero que al final llega. Y aún así, estoy harta de rabietas. Se como evitarlas, es fácil, dale al niño todo lo que te pida, y la tentación es, con demasiada frecuencia, muy fuerte. Pero eso no es educar.
Así que no queda otra que seguir aguantando gritos, llantos y al niño tirado en el suelo del supermercado porque no le dejas llevarse esa bomba de colesterol de la que se ha encaprichado. Toca respirar hondo si hoy decide que es demasiado pronto para salir de casa y te toca correr con él en brazos chillando y despertando a todo el edificio. Te tienes que armar de paciencia en casa pero sobre todo en la calle, donde además debes hacer el esfuerzo de ignorar a los criticones y a los que con buena fé, intentan intervenir. Tienes que ser más creativo que en toda tu vida para esquivar los berrinches sin ser un consentidor.
Hoy que estoy cansada de rabietas, intento no olvidar que pronto las echaré de menos. Que van acompañadas de una de las mejores etapas en la vida del niño, porque si no se reprime a la hora de expresar su frustración, tampoco lo hace cuando lo que muestra es felicidad o amor. Y ahora que veo lo que siento por escrito, bendita sea esta etapa libre de prejuicios y complejos, que no terminen nunca las risas desinhibidas, los achuchones eternos y las muestras de cariño a cualquier hora y en cualquier circunstancia, aunque eso signifique aguantar los gritos una o dos veces a la semana.
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