Aburrirse para crecer: la respuesta a una necesidad infantil
A principios de este año, Leticia ya nos hablaba sobre ‘los beneficios de que los niños se aburran’ (que no son pocos). Me gustaría ampliar un poco el tema, desde la misma perspectiva, pero proporcionando algunas pistas que nos puedan ayudar como padres a favorecer ese ‘aburrimiento’ constructivo.
Esta noticia no es nueva, pero hace dos años, Teresa Belton, profesora de la University of East Anglia (en Norwich / Inglaterra), apuntaba que el aburrimiento es estimulante porque permite observar con calma el entorno, y desarrollar herramientas de comunicación con uno mismo y con los demás. Belton es investigadora en la Escuela de la Educació de la Universidad mencionada, ella y otras personas relevantes del mundo de la cultura, el arte y la docencia, atribuyen al hecho de aburrirse efectos positivos sobre el desarrollo del ser humano.
Y ahora preguntémonos ‘cómo pueden aburrirse hoy en día con la cantidad de actividades programadas a las que les inscribimos con toda la buena fe del mundo’, y sobre todo con la sobreexposición tecnológica que están recibiendo.
Si queréis, para no entrar tan directamente en conflicto con nosotros mismos (¿tan mal lo estamos haciendo?), pensemos si es el caso, ¿nos hacía daño el aburrimiento cuándo éramos niños? ¿aprendíamos teniendo aventuras con nuestros amigos y una mínima ‘intromisión’ de los adultos? ¿cuántas actividades se nos ocurrían para hacer si estábamos aburridos? ¿sufríamos si de verdad estábamos aburridos mientras nos tumbábamos a mirar las hojas de los árboles o las estrellas del cielo?
Una última pregunta ¿nos ha impedido crecer como personas o ser mejores en los estudios la decisión sobre nuestros tiempos / nuestros espacios?
Niños y adultos: mundos que se entrecruzan, mundos que son diferentes
Tras el nacimiento y durante los primeros años de la vida es biológica y psicológicamente necesario desarrollar un apego que de seguridad al niño y que contribuya a la construcción del vínculo, primero con su madre, después con su padre, en conjunto con su familia de referencia. La infancia dura poco, pero frente al derecho del disfrutar de los propios hijos, llega un momento en el que se plantea el derecho del niño a introducir en su vida a otras personas que también serán sus referentes: los amigos, algún compañero, esos primos con los que tan bien se lleva, en definitiva ‘sus iguales’.
Los niños antes refugiados en el hogar, salen al mundo y deben aprender a desenvolverse en él: si yo estructuro al milímetro el tiempo de ocio de mi hijo, si le apunto a 5 extraescolares semanales cuándo él querría estar jugando en la calle, le estoy dañando (e hiper protegiendo) tanto como si le obligo a cruzar la calle de la mano con 13 años.
Los niños necesitan a sus padres, claro que sí, pero quizás no los necesiten para inventar cosas qué hacer. El contacto es beneficioso, la comunicación también, comer juntos, incluso planear actividades para la familia, todo desde el respeto y el amor. Si añades a ’tu’ falsa creencia de que eres el animador oficial de tus peques, la utilización excesiva de pantalla como (casi) único medio de diversión, ya has caído en una trampa que os perjudica a todos. La buena noticia es que de esa trampa se puede salir.
Reconozcamos que el mundo de los adultos) es bastante aburrido, además creemos saberlo todo; los niños necesitan descubrir lo que les rodea por sí mismos.
¿Diversión frente a aburrimiento?
Divertirse es divertido, hasta ahí bien, pero que no sirva el temido ‘me aburro’, para irnos corriendo a sacar juguetes, puzzles o disfraces de los armarios (repito: somos padres / madres, no animadores). Tampoco es respuesta educativa ‘pues ponte la consola’, que es algo que hacen en algunos momentos de la semana, pero conviene no convertirlo en hábito.
¿Entonces qué? Pues mira, como decía antes se puede revertir la tendencia, y algunas pistas son tan de sentido común, que seguro que ya has pensado en ello (‘sé que no invento la sopa de ajo, pero puedo recordar qué cantidad de sal ponerle’). El primer paso es devolver preguntas para que piensen: ‘me aburro’, ‘¿si?, y que puedes hacer para no aburrirte?’
¡Ay si fuera tan fácil!, ahora resulta que el niño sigue aburriéndose: ‘¿qué tal si sales a buscar a tus amigos?’ (el contacto con el exterior es muy beneficioso); tu hijo no quiere eso, ¿entonces?… siéntate a su lado y escúchale, quizás quiera contarte algo sobre su mundo, o tenga una idea pero necesite ayuda. Incluso es posible que te pida que juegues un rato con él al ajedrez, a las muñecas…
La lectura es una buena aliada frente al aburrimiento, ¿quién se aburre leyendo?, siempre que la historia merezca ser leída, claro está. Y ¿qué hay de la Naturaleza?, dudo que ninguna experiencia supere a las inmensas posibilidades de DESCUBRIR y manipular sin ideas predeterminadas.
El tarro del aburrimiento
Resulta que tu hijo sigue aburriéndose, ¡que no cunda el pánico!. Hay una idea muy bonita que quizás te sirva: el tarro del aburrimiento. Consiste en pensar ideas que se escriben en papelitos, estos se doblan y se introducen en un tarro al que le podéis poner un letrero, incluso decorar. Podéis participar toda la familia en la creación.
Se puede recurrir a él en casos graves de aburrimiento, como un ‘me aburro’ repetido durante dos horas, o una tarde de lluvia intensa… no lo uses con demasiada frecuencia, porque el verdadero ‘tarro creativo’ es lo que tenemos sobre los hombros.
Por último espero que esta reflexión e ideas os sirvan.
Fotos | Flickr-John-Morgan, Flickr-left-hand